miércoles, 25 de junio de 2008

PULGARTINTO

El domingo cerca de las 5 de la mañana, al ver a mis amigos desesperados por querer seguir chupando pero impedidos de realizar cualquier tipo de manualidad por el profundo estado etílico de sus sucias mentes, me vi en la obligación de abrirles un par de botellas de vino. El utensilio más propicio para efectuar dicha maniobra era un viejo cuchillo estilo serrucho, con el cual habían trozado la carne y cortado por la mitad una botella plástica de un litro y medio para ocuparla como vaso. Además, uno de los cochinos asistentes a la subterránea tertulia realizada alrededor de una caldera, se había llevado el cuchillo hasta sus dientes para remover unos gramos de pollo incrustados entre sus muelas.
Inmediatamente destapado el segundo Casillero del Daglo, un chorro de agua roja surcó los aires como lo hacía Carl ‘‘el hijo del viento’’ Lewis en cada uno de sus saltos largos. ‘‘Mierda’’ dije en voz baja, ofuscado por la pérdida del selecto brebaje. Sin embargo, al ver la botella erguida y reposando plácidamente sobre la mesa, comprobé que el líquido rojo no provenía del elixir que estaba pronto a zamparme, pues en realidad emanaba de mi pulgar. Sí, mi dedo gordo de la mano izquierda había sido prácticamente arrancado por el cuchillo serrucho de su lugar natural (es vecino del índice, si no se encuentra al lado de éste quiere decir que usted lo perdió o es deforme).


Probablemente fueron las ansias que sentía momentos antes que mi paladar hiciere contacto con aquel manjar burdeo, las que impidieron a mi comando central avisarme que tenía una extremidad colgando. Sin que mi compañera se diera cuenta (seguro que me iba a retar hasta el otro día en la tarde) me escabullí entre la multitud y repuse mi dedo en su sitio envolviéndolo con servilletas, las cuales quedaron totalmente ensangrentadas en catorce segundos. Repetí esta operación unas doce veces, suficientes para decidirme a abandonar el lugar en busca de un especialista que curase mi desgraciado dátil.
Curiosamente un rapero me ofreció acercarme en su auto hasta el paradero. No digo que sea curioso que un rapero sea amable, porque es sabido que estos extraños seres a pesar que irradian una rudeza extrema son bastante cordiales y capaces de emocionarse hasta con La pequeña Lulú, lo digo más bien porque es anómalo que un rapero posea a tan temprana edad un vehículo. Es casi contra natura. En fin, la cosa es que una vez en el paradero comenzó el dolor.
Amainé el sufrimiento conversando con dos haitianos arriba de la micro. Llevaban un par de meses viviendo en una prestigiosa comarca rodeada de industrias en el norte de Santiago. Mismo lugar hacia donde me dirigía.
Uno de ellos me dio ánimo y me dijo que mi accidente no daba ni para que llorase una niña. Miré mi mano que chorreaba y chorreaba sangre dejando un charquito en el piso y dudé de su afirmación. Luego, con una mezcla de creole, francés e incipiente español, el otro centroamericano me pasó una petaca de pisco y me dijo: ‘‘tien mon amigow’’. Agarré la petaca con mi mano sana, empiné mi codo hasta más arriba de mis hombros y degusté esa pócima como si fueran las últimas gotas de alcohol en la Tierra. ‘‘¡¡¡Eeeehhh!!!’’ gritaron los dos a coro, y me dieron a entender con gestos que el pisco que me habían ofrecido no era para tomarlo si no para rosear mi herida. Solté una carcajada y pasé de vuelta la petaca. Los negros se miraron extrañados y rieron también. Antes de llegar a la periferia nos tomamos esa y una petaca de vodka.
Aunque parezca inaudito, mis sentidos seguían alertas y me bajé exactamente al frente del consultorio más cercano a mi casa. Entré con la frente en alto disimulando una lesión leve mientras el día estaba pronto a emerger. No había absolutamente nadie adentro del servicio de urgencias. Una mujer abrigada con gorro y bufanda tomó mis datos y me pidió con un bostezo de mono que esperara hasta que me llamaran. Pasaron dos minutos y una enfermera que proyectaba totalmente lo opuesto a las que ustedes se imaginan en sus fantasías eróticas salió a atenderme. ‘‘Pasa’’, pronunció con tono parco la gorda auxiliar sanitaria. Me senté en una camilla digna de las tiendas de campaña de la primera guerra mundial y aguardé al doctor.
De pronto, apareció un hombre de unos cuarenta años vistiendo bajo su delantal blanco una camisa verde desabrochada hasta la mitad. Su pelo estilo Albert Einstein portaba unos sedimentos que no logré identificar. Sus gafas estaban chuecas, su nariz más roja que los pañuelos que envolvían mi mano y su pulso levemente tiritón. Con dificultad me preguntó mi nombre y lo que me había ocurrido. Me dio miedo mencionarle la palabra vino ya que tal vez hubiese producido un éxtasis capaz de mandarlo al suelo con espasmos nerviosos. No le dije nada ni él volvió a preguntarme.


Cuando se aprestaba a examinar mi mano lastimada, soltó un eructo que estremeció a la sala. No tuve siquiera tiempo para analizar el hecho cuando descargó una segunda flatulencia, esta vez más grave y prolongada. El hedor proveniente de lo más profundo de su humanidad se esparció por todo el recinto. El médico me miró, tosió un par de veces sin taparse la boca y se retiró a paso lento. La guatona a cargo de las operaciones ambulatorias se cagó de la risa y a notar por sus retortijones y lo espeso que se fue haciendo el ambiente, creo que también soltó un par de gases ninjas.
Al presenciar esta escena digna de cualquier programa televisivo de cámaras ocultas, elevé mi vista hacia los cuatro rincones del techo, pero nada. Después mantuve varios segundos la mirada fija en la estrecha puerta de entrada, con la esperanza que apareciese Marcelo Tinelli con un par de voluptuosas modelos vestidas de enfermeras dispuestas a consolarme varias horas por el mal rato, pero nada. Solo vi a la obesa rascándose la hendidura donde se juntan las nalgas. ‘‘Mierda’’ pensé, y salí raudo del lugar.
Luego de este pintoresco episodio, el dolor en mi pulgar se cortó de raíz. No sé si fue el impacto de la escena en sí, o los vahos de los anfitriones del consultorio los que curaron la dolencia, pero lo cierto es que no he sentido ningún malestar en mi dedo a una semana del accidente. Extrañamente el corte cicatrizó a la perfección y en solo horas.
Ahora me pregunto seriamente si lo que viví en ese centro asistencial son parte de las nuevas medidas de saneamiento alternativo. ¿Será por falta de recursos? Vaya uno a saber.

Guepardrunk aka El negro Crione

martes, 24 de junio de 2008

Definición según la Honorable Ficha Pop



SE PUSO NEGRA LA COSA:
La interpretación de este dicho divertido y suspicaz está en el concepto que se tenga de la palabra "cosa".
En Chile, generalmente le llamamos "la cosa" al acontecer nacional: la economía, la política, la educación, la salud, lo social, etc. Enseguida viene el juicio negativo como es encontrar "negra" la situación respectiva.
El asunto es quejarse, pues a nadie se le ocurrió arreglar el entuerto cuando iba en color gris.

domingo, 22 de junio de 2008

martes, 3 de junio de 2008

¡EL QUE NO PARA, LA VENDE!

MIÉRCOLES 4 DE JUNIO PARO NACIONAL DE ESTUDIANTES



PORQUE TODOS SABEMOS QUE EL SISTEMA DE EDUACACIÓN CHILENO ES UNA COMPLETA MIERDA, SE PUSO NEGRA LA COSA SE CUADRA FIRMEMENTE CON EL PARO NACIONAL ESTUDIANTIL.